Eran las ocho de una lluviosa tarde de septiembre. Dos cafés
humeantes pretendían dar tregua a un momento tan desapacible.
Me dijo que no necesitaba palabras de aliento. Solo quería una
mirada que fuera testigo de cómo intentaba ordenar los pensamientos que
últimamente habían azotado su mente con tanta violencia. Aquellos pensamientos sordos
que tantas noches de lágrimas y por qués
le habían costado.
También, prometió no llorar.
Ella, rodeaba firmemente la taza con ambas manos mientras
clavaba los ojos en la llama de la vela que ardía sobre la mesa. Sus pupilas
bailaban al son de la luz.
No entendía como, en cuestión de días, se puede perder a
alguien con quien había compartido tantos momentos, con quien había sido tan
cercana... Ahora no quedaba más que la sombra del recuerdo.
Qué había pasado. En qué había fallado. Qué hizo que todo
cambiara.
Era consciente de que nunca llegaría a saber con certeza las
respuestas a esas preguntas parásitas.
Reconoció que todo fue tan breve e intenso como el romper
del mar contra un acantilado.
Intentó hablar con él en varias ocasiones, siempre sin
éxito. Siempre aparecía una excusa vaga capaz de eludir el encuentro.
No
buscaba otra oportunidad, no iba a obligarle a que la quisiera de nuevo.
Solo necesitaba despedirse, dejarle ir para siempre y desearle suerte. A pesar de todo, decidió convertir el dolor y el rencor en cariño.
No estaba dispuesta a que los malos sentimientos enturbiaran los buenos recuerdos de su
memoria. No sentía odio, el odio era una palabra muy grande para ella. Sabía, que después de una larga pausa, él ya había conseguido rehacer su vida y volvía a ser feliz. Y ella se alegraba por ello.
Había visto a su corazón romperse en afiladas esquirlas y
como cada pedazo se convertía en virutas al alcanzar el suelo.
Había visto como las estrellas perdían su brillo. Se había
visto rodeada en la más oscura incertidumbre.
La llama de la vela se apagó mientras, en el estéreo, Johnny
Cash se abría paso con su You are my sunshine.
Alargó el dedo índice a la ventana y garabateó algo en el vaho que cubría el cristal. Lo miró por unos instantes y lo borró. Dejó que su mano se deslizara, suavemente, para reposar sobre la repisa de madera.
Alzó la mirada y, en voz baja, me prometió que a partir de entonces el sol
brillaría por y para ella.
¡Nos leemos!
:_____) ¡Qué bonito! Me ha gustado bastante, sí, señorita.
ResponderEliminarTe animo a que hagas más relatos cortos (o largos, eso como tú veas xD) porque no escribe nada mal.
¡Un besote!
Gracias ^^
EliminarSe me ocurrió mientras hacía la compra... E ahí mi fuente de inspiración xD
A ver si poco a poco voy haciéndome a escribir cosillas de esta tipo y encuentro distintos temas para abordar.
Un beso!
Qué bonito, qué melancólico :) ¡Quiero leer más!
ResponderEliminar¡Un beso!
Muchas gracias! :)
EliminarIntentaré escribir más cosillas de este tipo aunque no sea tan frecuente como me gustaría ... me cuesta bastante dar un contexto :p
Un beso!!